Esta es la historia de una persona, da igual el género, la edad, o la procedencia. Esa persona tenía una vida, un trabajo, una familia, unas aficiones, pero poco a poco las cosas se volvieron oscuras. Las noticias que daban por la televisión eran tétricas, sí, como sacadas de una película de terror, hasta ver el pronóstico del tiempo le daba pánico, entonces decidió que sólo leería algunos periódicos digitales, intentaría leer un poco de aquí, un poco de allá e intentar hacerse una idea objetiva de lo que sucedía en el mundo.
La tregua duró poco y la llegada del teletrabajo no hizo otra cosa que provocar un aislamiento más duro. Su pareja la abandonó, no soportaba la idea de que ya no quisiera viajar, salir, divertirse, vivir.
Esa persona sin nombre tenía miedo, el mundo que la rodeaba la asustaba, y poco a poco se encerró. Empezó a no coger el coche porque decían que la tasa de accidentes aumentaba; dejó de salir a correr por miedo a tener un ataque cardíaco, cada vez había más casos; dejó de salir a comprar para no tener contacto físico con nadie y evitar que le contagiaran cualquier enfermedad; dejó de comer según que alimentos porque eran malos para la salud; dejó el trabajo porque las ondas que emitía la wifi eran perjudiciales para su cerebro.
Y así, poco a poco, cada vez fue a peor, las ventanas de la casa permanecían cerradas para que los rayos ultravioletas del sol no entraran, no eran buenos para la piel; dejó de ducharse, la sequía no tardaría en llegar, dijeron por la radio. También dejó de comer lo poco que ingería, quién sabe si aquellos pocos alimentos con los que sobrevivía estaban contaminados. Hasta que un día ya no se levantó de la cama.
El miedo la había vencido, y ya no era el miedo a algo determinando, era el miedo a sentir miedo.
A esta persona se sumaron muchas más, y a esas muchas miles y miles más.
Alguien, desde la sombra lo había conseguido, había logrado que con el miedo a morir, las personas se olvidaran de vivir, y entonces el mundo se detuvo.
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