Las mismas caras dormidas esperan en el andén y parece que ninguna de ellas se ha dado cuenta de que el crudo invierno de más de un año les da una tregua. Una tenue luz lucha por colarse entre las nubes grises que cubren el cielo desde hace demasiado tiempo y la rutina empieza una vez más.
La luz del sol hace mucho que desapareció, demasiado para que la vida siga sin verse afectada. Un invierno duro y largo que se ha comido a las otras estaciones está acabando con todo y el mundo está dirigido por días tristes, fríos y lluviosos. Nadie encuentra una explicación, los científicos están perdidos y los políticos ven como a la grave crisis económica se añaden unas circunstancias climatológicas que la complican todavía más.
Los viajeros suben deprisa al tren para intentar coger sitio, él no corre, no tiene prisa y no le importa quedarse de pie. Al entrar en el largo túnel que los llevará al trabajo la escasa luz del día es sustituida por los pocos fluorescentes que aún funcionan. Hoy es un día afortunado, a veces los cortes de electricidad hacen que viajen a oscuras o acompañados de alguna linterna.
Escucha música, eso le ayuda, pero no lo suficiente para aislarse de las personas tristes y desesperadas que lo rodean y le recuerdan que también forma parte de ese grupo.
En una hora de viaje se puede pensar mucho, recuerda las vacaciones de su infancia en la playa, cuando era impensable que algunas de ellas fueran a desaparecer por los temporales y que las olas iban a arrastrar todo lo que encontraran a su paso. El pequeño pueblo ha desaparecido, ya no está, el mar se lo tragó. Cuando ese mar que tanto adoraba se retiró, no quedaba ni rastro de las pequeñas casas blancas entre las que corría y jugaba.
Sólo lleva un cuarto de hora de camino y se desespera, intenta leer el titular de un periódico que un hombre sujeta con las manos, “el fin del mundo ha llegado”. Los fanatismos no ayudan en estas situaciones, aunque hay momentos en que él mismo cree que ese día ya está aquí.
El movimiento del tren le produce una somnolencia contra la que lucha con todas sus fuerzas mientras ya imagina, una vez más, lo que se encontrará cuando salga al exterior, calles encharcadas, jardineras sin flores llenas de agua, un mundo impensable hace apenas dos años.
Al otro lado del vagón ve a una madre con su bebé y se pregunta qué futuro tiene. El niño ríe ajeno a todo lo que le rodea, aún no sabe que cuando crezca se enfrentará a un mundo en el que apenas hay trabajo y en el que la gran escasez de alimentos y otros recursos se ha convertido en un gran problema, el gran problema. Hace un tiempo se tenía miedo de que llegara una sequía y la escasez de agua fuera la gran dificultad a la que enfrentarse, pero que equivocados estaban. Todo empezó hace poco más de un año, amaneció un día nuboso como tantos otros y nadie le dio importancia hasta ver que en todas partes sucedía lo mismo. Nubes oscuras y enormes fueron desplazando al sol hasta hacerlo desaparecer. Entonces, muchas personas cayeron en una tristeza que los fue apagando y consumiendo, pocos fueron capaces de seguir con su vida normal y los que lo intentaron vieron que las consecuencias de lo que había pasado eran inimaginables. La energía empezó a fallar, infinidad de empresas cerraron, las ciudades se colapsaron por la lluvia, pero lo peor era el estado de ánimo. La tierra parecía que se estaba muriendo y con ella sus habitantes. Nunca había creído que nadie pudiera morir de pena, pero se fueron dando casos en que algo tan inconcebible como eso, sucedía. Gente sana sin ninguna enfermedad se iba apagando hasta que sin ninguna explicación médica su corazón dejaba de latir. Primero fue su abuela, cuando poco antes de su muerte le dijo, “no habrá nada más”, no le dio importancia. Era una anciana casi centenaria, pero cuando algunos amigos suyos sin ningún motivo también se fueron, empezó a relacionar. Y cada día llegaban noticias de más personas que morían susurrando esas mismas palabras.
El traqueteo del tren le devuelve a la realidad, tiene los ojos llorosos, a veces piensa que le gustaría ser uno de los amigos que le han dejado y así no ver este invierno eterno y gris. Vive en una realidad que nunca hubiera podido sospechar, se siente solo y angustiado. Ésta no es la vida que esperaba, pero sabe que es un privilegiado, tiene trabajo y un piso que sigue aguantando los efectos de las constantes lluvias. Ensimismado en sus pensamientos y conviviendo un día más con una tristeza que ya se ve incapaz de soportar llega a su destino. Se quedaría en el tren para seguir hasta el final del trayecto y luego volvería hacerlo al revés, así una y otra vez. Cualquier cosa por no salir a la calle. Ha llegado un momento en que prefiere la luz artificial al gris apagado y oscuro del cielo. Un cielo que lo tapa todo como una gigantesca manta que, en lugar de arropar, asfixia.
A paso muy lento sube las escaleras que lo llevan a la calle y observa como a través de las nubes sigue entrando una luz de mayor intensidad que la que ha visto al salir de casa. Camina cabizbajo como lo lleva haciendo desde hace muchos meses, oye mucho ruido y ve a la multitud mirando al cielo. Sin apenas tiempo para que nadie pueda entender lo que sucede, en unos pocos segundos, las nubes se abren y los rayos de sol entran con más fuerza, una fuerza insólita, excepcional. La temperatura sube tanto y tan rápido que ha de quitarse la chaqueta, el calor es insoportable y los ojos le duelen. Es como si hubiera estado meses encerrado en una habitación oscura y de repente lo sacaran a la calle y tuviera que enfrentarse a un día claro y soleado sin poder adaptarse a tanta luminosidad.
La gente grita desesperada, el calor es abrasador y se oyen llantos desconsolados de niños y mayores. Nadie sabe que está pasando. El día sigue despejándose y las nubes desaparecen a la misma velocidad que cuando hace tiempo lo cubrieron todo, y contra más claro está el cielo más calor hace. Las personas que hay a su alrededor se agachan tapándose la cara, ya no pueden ni mirar, se siguen oyendo gritos y casi todo el mundo se desnuda desesperado y el calor hace mella en la piel. Él nota como la camisa y los pantalones con los que se ha quedado se le pegan al cuerpo. Se sienta en el suelo y siente como quema, pero se queda allí, tiene mucho miedo y rompe a llorar como un niño. Se abraza a sus rodillas y una vez más regresa esa imagen, en la playa jugando con sus padres. Es el recuerdo que siempre ha relacionado con ser feliz y que siempre lo ha acompañado en los momentos difíciles. Ahora sabe lo solo que está y que nunca más verá a nadie.
Haciendo un último esfuerzo mira de nuevo al cielo y ve fuego en el aire, una inmensa bola se acerca. El cuerpo le arde y ya no puede respirar.
© en SAFE CREATIVE
…te «pone la piel de gallina», literalmente.
MUY BUENO, Margarita..!
Gracias..! 🙂 ❤
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Gracias de nuevo, me alegra que te guste lo que escribo!
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