Lara prepara la mesa para cenar con todos los detalles, le gusta hacerlo, aunque viva sola, ¿por qué no? La soledad no debe dejar que se olvide de comer bien, beber bien y sentarse en una mesa bien puesta, igual que si viniera algún invitado. Le gusta cuidarse en todos los aspectos, disfrutar de los pequeños detalles del momento en el que los está viviendo. Antes de divorciarse todo era hacer planes para el futuro, y con tantos planes se olvidaron del día a día y así terminó todo. Puede que también su carácter obsesivo ayudara un poco, pero nunca lo reconocerá delante de nadie.
Después de recoger va a su habitación y se cambia mientras se mira al espejo, no está del todo mal para sus sesenta años. Nadar cada día la ayuda tanto física como mentalmente, aunque hoy en la piscina un recuerdo del pasado la ha dejado triste, o más que triste agobiada, angustiada. La pérdida de su mejor amiga se ha hecho hoy más presente que nunca y desde esta mañana ese recuerdo no la abandona.
Se sienta cómodamente en el sofá recolocándose la bata de raso para que le tape las piernas y sobre ellas también pone una fina manta de algodón, tiene frío, cada vez más. Coge el libro que tiene sobre la pequeña mesa y empieza a leer en el punto que está marcado, se olvida de todo y se pierde en la historia. Medio dormida, se despierta sobresaltada al notar que alguien le toca la mano, un tacto helado que la sobresalta, mira y ve a Esther, una imagen vaga de la que fue su mejor amiga. El recuerdo de esa mañana está presente, a su lado.
—Has llegado, sabía que un día vendrías a buscarme.
—Sí.
—Hace mucho que espero este momento Esther —a Lara le cuesta pronunciar su nombre, son muchos años sin hacerlo en voz alta, pero ni un solo día sin pensar en ella.
—Demasiado.
Lara permanece sentada en el sofá, sujetando el libro y con la fría mano de Esther sobre una de las suyas. La espalda recta, con esa pose tan altiva que siempre ha tenido.
—No has cambiado.
—Tú si lo has hecho, es lo que tiene envejecer, tener una vida y poder vivirla.
—No he tenido una vida fácil, lo pasé muy mal.
—¿Y qué esperabas? Ser joven siempre, vivir sin culpa, ¿eso es lo que creías que pasaría? ¿Pensabas que el tiempo haría que te olvidaras de mí? —pregunta Esther desafiante.
—No —aparta la mano, no soporta lo fría que está.
—Me dejaste allí, me abandonaste.
—Lo siento Esther, el miedo me paralizó —Lara solloza y unas lágrimas caen por sus mejillas.
—Tú no sabes lo que es el miedo, yo sí lo sé. Vi como te alejabas, mientras yo me quedaba sola sin poder hacer nada. No fue rápido ¿sabes? Nada rápido, la angustia me ahogaba tanto o más que el agua, odiaba mi fuerza porque si hubiera tenido menos todo hubiera acabado antes, pero no, fue lento, muy lento. Y cuando te perdí de vista supe que me habías abandonado. Dime, ¿has pensado en mí alguna vez todos estos años?
—Cada día, no ha habido ni uno solo que no te haya recordado. Al principio las imágenes que me veían eran horribles, pero poco a poco recuperé tu rostro y tu última mirada me ha acompañado siempre, créeme.
Esther le quita el libro de las manos y lo deja sobre la mesa, se levanta y permanece de pie mientras Lara rompe a llorar desconsoladamente.
–Si hubieras aguantado un poco más, sólo tenías que haber dado tres o cuatro brazadas más y hubieras podido cogerme. Las dos éramos grandes nadadoras y tú mucho más fuerte que yo.
—No pude, lo siento muchísimo. Sentí como el mar me tragaba y tuve que salir de allí, no hubiera podido sacarte y las dos hubiéramos quedado atrapadas.
—Pero fui yo quien se quedó ¿recuerdas? ¡Hubieras podido sacarme del agua! Sólo tres o cuatro brazadas, eso no era nada, no era distancia para ti-sentencia mientras desaparece del salón.
Lara se queda en el sofá, sintiendo que los sesenta años que tiene le caen encima de golpe como una pesada losa, pasados unos minutos que se le hacen eternos se levanta y va a su habitación. Coge un viejo álbum de fotografías, todas de ella y Esther, la historia de su infancia y juventud está escrita en esas imágenes. Se estira en la cama y empieza a recordar aquel día de hace casi cuarenta años, un día como otro de aquel verano.
El mar se volvió loco en pocos segundos, las olas se volvieron gigantescas y las llevaban de un lado para otro. Sin darse cuenta quedaron atrapadas, por mucho que nadaban no se movían y Esther quedó dentro de una corriente. Aún podía oír sus gritos pidiendo ayuda. El pánico hizo que nadara hacia la orilla dejando a su amiga a merced del agua. Pediría ayuda y con suerte la podrían sacar y mientras pensaba aquello los gritos de su amiga se perdían, se giró un momento y vio como ya no estaba. Siguió nadando con más fuerza, engañándose a sí misma al pensar que aún podrían hacer algo por ella y sintiéndose una mierda por haberla abandonado.
—¿Has venido a buscarme? — pregunta Lara al ver de nuevo a Esther.
—Eso ahora no importa.
—¿Y qué es lo que importa? ¿Qué quieres de mí?
—¿Cómo pudiste mirar a mis padres a la cara? Les mentiste a todos, eras mucho más fuerte que yo y más grande. Sólo eran unos metros ¿tanto te costaba alargar tu brazo?
No contesta, permanece en silencio mirando las viejas fotografías y a veces levanta la mirada para observar la imagen etérea que permanece sentada a los pies de la cama, su cuerpo no pesa, es como una pluma sobre las sábanas
—No quisiste verme cuando recuperaron mi cuerpo, no viniste a despedirte de mí.
—No pude…
—¿Tampoco pudiste? No pudiste ayudarme en el mar, no pudiste venir a verme, no has podido dejar de pensar en mí todos estos años. ¿Sabes que hubiera hecho yo en tu lugar? Hubiera nadado hasta sujetarte y te hubiera arrastrado hasta fuera, nada podría haberlo evitado ni el mar embravecido me hubiera separado de ti. Y de no haberlo conseguido me hubiera hundido contigo.
—Eso no puedes decirlo, no te encontraste en mi situación —susurra Lara.
—Te quise como a nadie y los sabes, te lo había dicho esa misma tarde. Hubiera roto con todo para estar contigo, pero te asustaste. ¿Por qué no me diste la mano? ¿Tenías miedo de ahogarte o tenías miedo de nuestros sentimientos, de lo que pudiera pensar la gente?
Lara se tapa la cara por la vergüenza que siente porque esa pregunta se la ha hecho infinidad de veces a sí misma. Cuando Esther se le declaró algo estalló dentro de ella, sentimientos contradictorios que la desbordaban y hacían que perdiera el control de la situación. Odiaba no controlar las cosas, no controlarse a ella misma, Esther la besó y su cuerpo entero se estremeció, pero aquel sentimiento no era correcto, eran demasiados los problemas a los que enfrentarse, familia, amigos, la sociedad entera. Esther le dijo que entendería que se tomara su tiempo y tras volverla a besar se tiró al agua.
—¡Espérame, voy contigo! — le gritó Lara corriendo tras ella.
Entraron nadando lo más rápido que pudieron como hacían siempre sin parar hasta llegar a la boya, pero el tiempo cambió bruscamente y un fuerte aire inesperado se giró.
-Deberíamos regresar- dijo Esther.
-No pasará nada, hemos nadado con más olas. Ven, ven y abrázame.
-Lara no me gusta nada el cielo, se está acercando una tormenta y el mar se está poniendo cada vez peor, salgamos y hablemos fuera- Esther intentaba convencer a su amiga mientras se le acercaba hasta que la alcanzó y esa vez fue Lara quien la abrazó fuertemente y la besó.
-Te quiero, te quiero muchísimo, pero todo es una locura, no está bien -confesó también Lara.
-Podemos conseguirlo, nos iremos lejos si es necesario. Quiero estar contigo el resto de mi vida…
Una fuerte ola las volteó y las separó.
—¡Ayúdame Lara, por favor! ¡Aquí hay una corriente, no puedo salir sola!
—¡No puedo!
—¡Por Dios, Lara, no me dejes! ¡No voy a poder salir!
Lara se incorpora de la cama para sentarse al lado de su amiga e intenta coger la imagen de su mano fría, pero se le escapa.
-Entonces ¿es así como termina todo?
La imagen de Esther desaparece rápidamente ante sus ojos y ella vuelve a estirarse. Sabe que son sus últimos momentos y está sola, como Esther cuando la abandonó en el mar.
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¡Muy bueno!
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Muchas gracias!! Me alegra que te guste🙂
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Siniestra elegancia. Saludos
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Muchas gracias Alejandro, un saludo
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